Tal como transcurría el censo, las casas se iban desalojando, y pronto quedaron libres algunas para alquilarlas o comprarlas. Por todos los indicios señalados en los evangelistas Lucas y Mateo, José había venido con la intención de establecerse en Belén, y apenas pudo dejaron la cueva, pobre pero bendita.
A los ocho días se presentó la primera obligación con el recién nacido: la circuncisión. Entre los judíos era desde Abraham un acto eminentemente religioso, como signo de la alianza suscrita entre Dios y el Patriarca y todos sus descendientes. Porque el circunciso era un incorporado al pueblo de Dios, un comprometido a la observancia de la Ley, un heredero de las bendiciones hechas a los patriarcas, y un orientado de por vida hacia el Mesías prometido.
Desde tiempos primitivos se usaba como instrumento para esa delicada operación en el miembro viril una piedra afilada u otro utensilio apto. ¿Cruel?… Podía practicarla cualquier judío, incluso el propio padre, aunque después se vulgarizó la realizase un práctico especializado. Podemos imaginar los chillidos de la pobre criatura, compensados para los papás con la seguridad de que el hijito era ya con orgullo descendiente de Abraham con todos los privilegios otorgados por Dios.
Venía entonces la imposición del nombre al recién nacido. En este caso, todo estaba previsto. A María, y a José después, se lo había dictado Dios mismo por medio del Ángel: se llamará JESUS, Yahvé salva, el Dios Salvador.
¡Jesús! El nombre más bello que existe. Cuando se le imponía hoy al recién nacido, no se trataba de un simple augurio, sino que expresaba la misión de aquel niño, de lo que iba a realizar en el mundo con su vida y su misterio pascual: salvar a la humanidad caída.
El hecho de la circuncisión constituía una fiesta familiar, con banquete y todo entre las felicitaciones de familiares y amigos. No les faltaron a José y María, que casi seguro tenían algunos parientes en Belén, pero además encontraron amigos y simpatizantes entre los que creyeron a los pastores.
Con este acto, la promesa de Dios a Abraham quedaba plenamente cumplida, y superada e inútil ya del todo la circuncisión.