14. Hasta los 30 años

14. Hasta los 30 años

Por prisa que tuvieran en volver a Nazaret, a lo mejor se quedaron a descansar un día más en Jerusalén para reponerse del agotamiento que les supusieron los tres días anteriores, y se pudieron unir a algún grupo que se quedó rezagado. Llegan a su casa de Nazaret, y Lucas nos encierra en unas palabras escuetas casi veinte años de la vida de Jesús: “Bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto. Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”.

 

Parece que el evangelista no ha dicho nada, y, sin embargo, con solo estas palabras ha abierto un mundo de contemplación en la Iglesia para todos los siglos. Modernamente lo expresó como nadie el papa Beato Pablo VI en su visita a Nazaret en enero de 1964: “Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social”.

A nosotros mismos se nos va a ir aquí un punto más extenso de lo acostumbrado, sobre todo lo que nos dice o simplemente nos insinúa el Evangelio.

 

José.- A la vuelta de Jerusalén después de la aventura con el Jesús de los 12 años, Lucas nos deja a José en Nazaret y ya no sabemos ni una palabra más sobre su vida, José, el cabeza de familia, ha sido llamado siempre el carpintero, pero quizá no es muy exacta la expresión “el carpintero”. Así suelen traducir todas las Biblias la palabra original griega “tekton”, pero es mucho más apropiada la traducción “artífice”, “artesano”, lo que sería un “técnico plurivalente”, que lo mismo hace de carpintero, que de metalúrgico, que de albañil, que de campesino. Siendo José y Jesús eso: “tekton”, es lo más probable que ejercieran como principal ocupación la de carpintero en un taller propio instalado en su casa, y otros oficios fuera de ella.

 

¿Quién y qué es José? Se le llama ordinariamente el padre “legal” de Jesús. Es cierto, pero hoy no estamos conformes con esta denominación. La teología sobre San José ha avanzado mucho y José posee algo más profundo que un título meramente jurídico. José es verdadero esposo de María. Y el fruto del seno de María le pertenece a él de manera muy singular, como no se ha dado ni se dará otro caso igual, porque José es esposo de una madre virgen.

Jesús no nació del matrimonio, pero nació en verdadero matrimonio. Entonces, si la concepción y el nacimiento de Jesús fueron virginales, José, esposo de María y con dominio esponsal sobre María, debe ser llamado padre virginal de Jesús. Audaz cuanto queramos esta afirmación, pero así es José ante Dios y ante la Iglesia.

 

Aparte de esto, podemos hablar también de la santidad de José. ¿Es José el Santo más grande de la Iglesia? Aquí suele producirse algo de confusión por una palabra de Jesús, cuando dice de Juan el Bautista: “Entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista”. Aquí Jesús no habla de santidad, sino de misión profética”, y, como profeta, nadie supera al Bautista. Porque todos los profetas de los siglos anteriores señalaban al Cristo desde lejos:

-¡Vendrá! ¡Vendrá!…

Mientras que viene Juan el del Jordán, y lo señala con el dedo:

-En medio de ustedes está uno a quien ustedes no conocen.

Al día siguiente vio venir a Jesús, y dijo:

-He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Evidentemente, como profeta nadie supera a Juan el Bautista, que fue también, desde luego, santísimo, y santificado en el mismo seno materno.

Ahora bien, la santidad de José está en relación a su misión. ¿Y ha habido alguien con una misión mayor que la de José, a quien Dios confió los primeros tesoros de la salvación, su Hijo hecho hombre y su Madre bendita? No discurramos más: santo como José no hay ninguno mayor en el Cielo. Nos gustaría al menos saber cuándo murió y a qué edad dejó a Jesús solo con María. Pero hemos de renunciar a esta curiosidad tan legítima.

 

María  de  Nazaret.-  Nada  más  llegar  del destierro de Egipto a su Nazaret empezó para María la vida monótona de la jornada. Porque María era una mujer del pueblo que no se distinguía en nada de las demás. El famoso escriturista Padre Bover SJ se extiende en describir la vestimenta, alimentos y quehaceres diarios de la mujer judía.

 

María vestía las dos piezas fundamentales de los judíos, mujeres lo mismo que hombres: la túnica, más amplia y larga en las mujeres, tenía mangas y era talar. Sujeta con un ceñidor, permitía alzarse la ropa para trabajar. El manto era una pieza cuadrada que llevaba sendas borlas en los cuatro ángulos. Con él se envolvían por la noche para dormir. Sobre la cabeza, las mujeres llevaban un velo y los hombres una pieza de tela que flotaba sobre las espaldas, la cofia.

 

El quehacer primario de la mujer era cuidar de la comida: ante todo amasar y cocer los panes, redondos y delgados, a manera de galletas, de ahí las expresiones “partir el pan” o “la fracción del pan”. Para ocasiones especiales hacían bollos con miel o manteca. Debía tener a punto los alimentos principales: las legumbres más comunes, habas y lentejas; las frutas normales, uvas, higos, granadas, manzanas, almendras, aceitunas y melones. Igual que los condimentos: la sal, aceite y vinagre. Como bebidas, además del agua, leche y vino; se guardaban algunas fermentadas, estilo sidra o cerveza. Carne y pescado no eran muy frecuentes. No se usaban para comer ni cucharas, tenedores o cuchillos, todo se tomaba con la mano, y de ahí el lavarse antes de comer (lo que los escribas y fariseos puritanos convirtieron en ley sagrada para todo alimento y en toda ocasión)

 

Quehaceres diarios de María, los de costumbre: ir a la fuente del pueblo a buscar el agua, a los campos a recoger ramas combustibles y tener a punto siempre la imprescindible lámpara. Por lo demás, toda mujer judía diligente empleaba los tiempos libres en manejar el huso y tejer, y más en Galilea, donde abundaba mucho el lino. María pudo aportar a la economía familiar trabajos manuales hechos con primor por ella misma. La túnica que los soldados se echaron a suerte al pie de la cruz sin dividirla por considerarla muy valiosa, dice mucho sobre la competencia de María para tejer.

 

Ante esta estampa de María, hay que quitarse la idea de la mujer apocada, tímida, antisociable o poco menos, la de las estampitas devotas. Era la mujer más normal y ejemplar en todas sus actividades.

Pero aquí estaba también la diferencia. Al ser inmaculada y sin defecto moral alguno, era radicalmente distinta de las otras. Con una vida mística propia de ella, su oración era continua, sin que se rompiera un momento su unión con Dios, y su trato con los demás era también singular e inexplicable. Era igual que las demás mujeres, sí; pero muy diferente también en todas sus actitudes. En cierto modo, María Virgen era incomprensible.

 

Jesús.- Como niño de gran valer, Jesús era de seguro el más vivaracho y enredón de buena ley entre todos los pequeños de Nazaret. Rebosante de vida y con dotes físicas y psíquicas excepcionales, pronto aprendió de labios de su madre el shemà y las oraciones de Israel; yendo con sus padres a la sinagoga cada sábado, los Salmos se le quedaban indelebles en la cabeza; con el rabino que en cada pueblo solía tener la escuela al lado de la sinagoga, aprendió el hebreo bíblico, pues de mayor, y en la misma sinagoga de Nazaret, le veremos leer por sí mismo el pergamino y devolverlo enrollado al ayudante; apenas pudo, ayudaba a su madre en algunos quehaceres domésticos, como traer con un cántaro pequeño el agua de la fuente. Judío de pura raza, aprendió a trabajar a conciencia desde la más tierna edad.

 

Desarrollo físico de Jesús.- El Evangelio, ante todo, describe el desarrollo físico, intelectual y moral de Jesús. Nos dice, primeramente,  que  Jesús  crecía  en  estatura.  Pues  así  hay  que traducir la palabra griega elikía, y no en edad. Con lo cual nos viene a decir que Jesús tuvo un crecimiento armónico y hasta elegante. Y viene el preguntarse, como hacen muchos legítimamente, llevados sin duda por su amor a Jesús: ¿Era Jesús bello físicamente?

Pues parece que sí, que fue en verdad elegante. Es la impresión que da el arrastre de Jesús con la gente a lo largo de los tres años de su vida pública. Miremos la palabra que dijeron los jefes judíos cuando pidieron a Pilato guardia para el sepulcro: ese seductor, ese embaucador.

 

Y ya que citamos el sepulcro de Jesús. ¿Tiene algún valor el Lienzo de Turín, llamado vulgarmente la Sábana Santa? Sin duda que sí. Véase el Apéndice del Lienzo al final del libro. La NASA no es un juez cualquiera y lo da como ciertamente auténtico, y esa autenticidad sólo puede corresponder al crucificado y resucitado Jesús. Ahora bien, ¿qué impresión da el cadáver de ese crucificado? Ante todo, un tipo muscular, con una estatura perfecta de 1’83 de alto. De este hombre del Lienzo dice Giudica, el eminente profesor de Medicina Legal de Turín, que “el grado de perfección corpórea es tal que debe ser considerado y clasificado por encima de cualquier tipo étnico”. Y el competente etnólogo de la Harwart Dr. Charleston Coon lo caracteriza como “un tipo físico que se encuentra en la actualidad entre los judíos sefarditas y los árabes de la nobleza”.

Hemos de pensar sin duda que Jesús tuvo un desarrollo físico atractivo y de marcada belleza masculina.

 

Desarrollo intelectual.- Sigue Lucas diciendo que Jesús crecía en sabiduría. Muy interesante, pero difícil entenderlo y más difícil explicarlo. Jesús, desde el primer instante en el seno materno, era a la vez y sin separación alguna Dios y hombre verdadero, El hombre Jesús estaba unido personalmente al Verbo, al Hijo de Dios, a la segunda Persona de la Trinidad. El Hijo de Dios era hombre verdadero, perfecto hombre, como cualquiera de nosotros.

Y entonces Jesús, por su naturaleza divina, como Dios tenía sabiduría infinita, era la Sabiduría misma de Dios, y no podía crecer nada en ningún conocimiento, pues como Dios lo sabía todo. Imposible cualquier crecimiento en su saber.

Pero Jesús era también hombre perfecto, una criatura limitada, y, por lo tanto, era capaz de crecimiento, y a los seis años sabía más que cuando sólo tenía dos, a los quince más que a los seis, y a los treinta más que a los quince.

En esto del conocimiento, la Divinidad de Jesús iba por las suyas, y su humanidad, su alma, su mente era limitada y no sabía las cosas como las sabía Dios, sino como las sabía cualquier hombre, y, por lo mismo, crecía de verdad, era capaz de admirarse, y algunas verdades naturales las pensaba como un hombre de su tiempo.

Una comparación: ¿sabía Jesús como hombre que el Sol no salía ni se ponía, sino que la Tierra giraba sobre su propio eje? Pues, no lo sabía, porque faltaban muchos años para que viniese Galileo. Sin embargo, como Dios, su Divinidad lo sabía todo; y como hombre no tenía necesidad de saberlo, pues el Mesías no tenía la misión del Padre de enseñar astrofísica.

 

Ahora podemos entender eso del crecimiento de Jesús en sabiduría. Como nosotros, iba creciendo cada vez más por experiencia, por estudio, por observación de lo que veía. De su madre aprendió las primeras palabras, las oraciones de todo buen judío; de José, los primeros golpes a la madera y el cultivo de las plantas en el campo; y del maestro de la escuela aprendió el hebreo escrito, ya que la lengua que hablada era el arameo.

Por todo el Evangelio sabemos que Jesús era, como simple hombre, un talento excepcional, un genio fuera de serie. Para los Racionalistas y los demás que niegan la existencia histórica de Jesús, les vendría bien pensar en el dicho de Rouseau:

¿Inventar este genio? El inventor tendría que ser un genio mayor; y ese genio no ha existido.

Hay hechos en el Evangelio, como veremos, que no tienen explicación humana sobre cómo los sabía Jesús. Sencillamente, hay que ir a gracias carismáticas, a dones transitorios del Espíritu Santo, porque los necesitaba Jesús para su ministerio en aquel momento. Si han tenido muchos santos estos carismas, ¿cómo no los iba a tener Jesús, siendo su espíritu el Espíritu Santo, el cual le guiaba en todo?

 

Desarrollo en gracia. Sigue Lucas con otra afirmación muy grande sobre el crecimiento de Jesús, aunque más fácil de entender y explicar: “Jesús crecía en gracia ante Dios y ante los hombres”. No se trata de la gracia santificante nuestra, pues siendo Dios habitaba en Él desde un principio en plenitud la Divinidad y no pudo haber crecimiento alguno.

Con la palabra gracia se entiende aquí la complacencia que todos sentían, empezando por Dios, al ver a un niño y un joven que se desarrollaba tan perfecto en todas sus formas y actitudes: aspecto agradable, mente despejada, juicio sereno, amabilidad y condescendencia, educación exquisita. Lacordaire lo calificará como “El primer caballero del mundo”. De Nazaret salió el Maestro de después.

 

Vida de obediencia.- Ese “les estaba sujeto” que dice Lucas nos lleva a una desconcertante disposición de Jesús. Aunque era Dios, se sujetó a unas criaturas como eran María y José. Y sujeto con una obediencia que no era un fingimiento, sino una sumisión verdadera.

Desconcertante, sí, pero también muy comprensible. Desde el momento que Dios quiso a su Hijo hecho hombre en el seno de una familia, había de aceptar la ley impuesta por Dios en la vida familiar: un jefe que manda y miembros que obedecen.

Aunque en Nazaret están invertidos los papeles en cuanto a dignidad y sujeción. José, el menor, es el que manda; María, como madre de Dios muy superior a José, debe obedecer al marido; y Jesús, nada menos que Dios, ha de sujetarse a sus padres. Y José el que manda, sabe que tiene encima una Ley de Dios a la que debe obedecer el primero de todos.

No se necesita  mucha perspicacia para adivinar en este hecho de la obediencia de Jesús en Nazaret la intención de Dios, que ha querido dar a su Iglesia en la “Sagrada Familia”, así la llamamos certeramente, un modelo que imitar, dejando fuera machismos, ambiciones e independentismos que echan a perder la obra más fina de la mano de Dios en la creación.

 

Vida de trabajo.- No es Lucas, sino Mateo y Marcos, quienes nos dirán más adelante algo tan importante como el trabajo u oficio de Jesús en Nazaret. Mateo: “¿No es éste el hijo del carpintero?”. Marcos: “¿No es éste el carpintero, hijo de María?”. Al hablar de José ya dijimos lo que significa la palabra original griega “tekton”, el trabajador plurivalente que servía para todo. Y esto fue Jesús, lo cual nos lleva a una pregunta algo inquietante que se ha suscitado modernamente. Siempre hemos dicho que la Sagrada Familia era pobre. Y es cierto. Pero, ¿era pobre en el sentido de necesitada?

 

Hoy los estudios del Evangelio en su sentido histórico parece que ponen las cosas más en su punto. Las excavaciones realizadas en los lugares donde se asentaban las iglesias primitivas de la Anunciación y la de José demuestran que las casas eran sólidas e independientes, y no como las comunes pobres, con cuatro paredes y una puerta que daba a un patio común. El taller de carpintería pudo ser apto para desempeñar bien el oficio y proporcionar un bienestar modesto.

 

El tan autorizado Ricciotti, comentando la parábola del Buen Samaritano, al decir que tenía asno, indica que era acomodado. Vimos cómo el viaje de Nazaret a Belén lo hubieron de realizar José y María en asno, lo mismo que el de Belén a Egipto. El clásico burro era un animal muy importante. No podían ser tan pobres. Por otra parte, instalados definitivamente en Nazaret, parece que tenían alguna parcela propia en el campo, pues Jesús demuestra en el Evangelio, sobre todo con las parábolas, haber tenido contacto directo con la tierra, que en el suelo de la baja Galilea era grandemente productivo.  El trabajo de José bastaba para el mantenimiento de los tres mientras Jesús fue pequeño; ya mayorcito, contribuyó eficazmente a la economía familiar, y, cuando José faltó, Jesús, “tekton” altamente valorado, pudo ganar para vivir con su madre desahogadamente.

 

Respecto del trabajo de José, y especialmente de Jesús después, no se pensaba hasta ahora sino en el pueblecito de Nazaret: ¿qué y cuánto trabajo podía dar a un pobre carpintero? Casi nada. Y entonces la Sagrada Familia sería pobre de verdad. Pero hoy se tiene muy en cuenta que Nazaret estaba a solo cinco kilómetros de Séforis, cuidad romano-helénica, aunque con fuerte colonia judía, de unos 50.000 habitantes en pleno auge constructivo, capital de Galilea donde residió el tetrarca Herodes Antipas hasta que construyó la ciudad  de Tiberías. Estaba entre Nazaret y Caná. Una tradición bastante seria sostiene que María pudo haber nacido de sus padres Joaquín y Ana en la ciudad de Séforis. Un trabajador de Nazaret salía por la mañana y regresaba por la tarde a casa en una hora, y Nazaret venía a ser como un barrio de la gran ciudad.

 

José, y sobre todo Jesús después, allí encontrarían trabajo estable y de calidad, teniendo en cuenta que Jesús debía ser un operario excelente, lo que hoy diríamos un obrero cualificado. Para saber lo que ganaba Jesús nos convendría tener la factura de un trabajador especializado en aquel entonces, pero lastimosamente no se ha encontrado hasta ahora.

Y así, los estudiosos se formulan esta pregunta: estando acordes en que Jesús no era de ninguna manera rico, ¿era pobre tendiendo a clase media o a la clase pobre? En el entorno social de entonces, y en una familia como la suya y dado su trabajo, parece que pudo tener un buen pasar, no rico pero holgado, en un pueblo de suyo pobre como Nazaret.

 

Ya se ve también aquí el plan de Dios. El trabajo es una ley de la vida, y quiso ser Dios mismo, hecho hombre, el que lo santificara con sus  manos  encallecidas  y  ennobleciera  al  trabajador  más sencillo

igual que al del oficio más relumbrante. Al nacer en un pesebre y morir en una cruz se abrazó por todos nosotros con una pobreza extrema, total; mas para la vida quiso un trabajo humilde, de esfuerzo, fatigante, pero honrado, digno del hombre, y en ningún modo un trabajo de miseria, no querido en modo alguno por Dios.

 

Un secreto de María y Jesús.- Teólogos y autores de las “Vidas” de Jesús se preguntan cuándo y cómo Jesús tuvo conciencia de que él era el Hijo de Dios y el Mesías prometido a Israel. Porque Jesús, perfecto hombre, tuvo un desarrollo humano normal. La Divinidad del Hijo de Dios iba por las suyas, y Jesús no vio a Dios en gloria hasta la resurrección. Que era el Cristo o Mesías, y que era el Hijo de Dios, Jesús lo vivió con conciencia humana, no con conciencia divina, y esto lo conoció plenamente no desde un principio, desde pequeñín, sino conforme a su desarrollo físico e intelectual.

 

No nos metemos en un misterio indescifrable para nosotros, sino que nos hacemos una pregunta. ¿Influyó en esta conciencia de Jesús el hecho de la virginidad de María? Hemos de imaginarnos a Jesús en Nazaret como un niño normal del todo, y podía preguntarse: ¿por qué papá y mamá no me traen otros hermanitos?… ¿Cuándo Jesús llegó a descifrar el misterio?

Pudo descubrirlo por sí mismo, cuando ya se hizo mayorcito, y ayudado por una gracia carismática o por ciencia infusa ocasional del Espíritu Santo. Es esto algo muy posible. O le pudo saltar la chispa al oír en la sinagoga la palabra de Isaías: “La virgen está encinta y da a luz un hijo”. Pero no es quizá lo más probable. Pensemos en lo más natural de la vida.

 

Un día u otro se lo tenían que desvelar sus padres, cuando, crecido Jesús y consciente de lo que es el matrimonio, se diera cuenta de la continencia perfecta que sus padres observaban entre sí. Y este papel de decirle la verdad a Jesús le tocaba indiscutiblemente a María. Es emocionante imaginarse aquel momento sublime entre madre e hijo:

-¿Sabes que no tuviste padre en este mundo?

Y le tuvo que contar la historia del anuncio del ángel. ¡Cómo le escucharía Jesús! ¡Qué veneración a su madre!… Y a lo que vamos: este hecho no lo cuenta el Evangelio, pero tampoco es simple imaginación nuestra, porque pudo ser así. Hizo pensar mucho a Jesús, y le ayudó a entender las Escrituras que escuchaba cada sábado en la sinagoga. ¿Cuándo se pudo desarrollar este momento de intimidad inigualable entre María y Jesús? ¿Habría muerto ya José? No lo sabemos. Pero la relación entre los dos, con mezcla de veneración, respeto y amor indecibles, tuvo que ser única e irrepetible entre una madre y su hijo.

 

El ambiente sociopolítico.- Es evidente que Jesús no se metió nunca en avatares políticos ni en Nazaret y menos en su vida pública. Pero no está de más una nota sobre lo que le tocó vivir en su juventud. Tenía ya sus once o doce años, suficientes para darse cuenta de muchas cosas y recordarlas por toda la vida. Arquelao, el rey que le dio miedo a José al volver de Egipto, reinó sólo diez años.

El emperador César Augusto, ante las muchas acusaciones de los judíos contra el rey Arquelao, hijo y sucesor de Herodes, del que era un perfecto imitador en su crueldad, lo depuso, lo desterró a Vienne de las Galias, Francia, y convirtió a Palestina en Provincia romana sujeta a la Provincia de Siria, y gobernada desde entonces por un Procurador, como lo será Pilato.

Humillación para los judíos, de modo que fue en esos días cuando aquel tal Judas el Galileo se levantó en armas, arrastró a muchos detrás de sí, pero fue muerto y se disolvió su revolución, aunque algunos de sus partidarios, los zelotas, perseveraron en rebeldía contra los romanos hasta la guerra que acabó con la destrucción de Jerusalén en el año 70 profetizada por Jesús.

A nivel interno del país, los tres partidos político-religiosos eran los Fariseos, los Saduceos y los Herodianos.

 

Saduceos y Herodianos. Como Roma respetaba sumamente las costumbres religiosas de los pueblos conquistados, en Palestina eran los Sumos Sacerdotes del Templo los jefes verdaderos, aunque sujetos totalmente a Roma, y pertenecían al partido de los herodianos o al de los saduceos, los dos partidos de los ricos, adictos a Roma y a los cuales la religión les importaba muy poco y de la que negaban verdades fundamentales como la inmortalidad del alma y la resurrección, aunque cumplieran con lo necesario para pasar como judíos legítimos.

 

Los Fariseos eran el gran partido del pueblo, adicto plenamente a la Ley de Moisés, por más que con los escribas o doctores se convirtieron en unos opresores de la conciencia popular haciendo de la Ley de Dios un imposible de cumplir. Sabremos por todo el Evangelio la enemistad enorme que se crearon con Jesús, aunque había fariseos muy buenos y amigos de Jesús, como Nicodemo.

 

Los Esenios, que vivían mayoritariamente en la parte occidental del Mar Muerto, pero estaban esparcidos por todo el país, no eran ningún partido político, sino unos hombres austeros y de vida intachable, practicaban el celibato, vivían pobres, en una palabra, eran un ejemplo de vida pura, fieles del todo al Dios de Israel. Es muy posible que Juan el Bautista fuera uno de ellos. No sabemos que Jesús tuviera relación alguna con ellos, pero, dada su ejemplaridad de vida, los respetó y amó.

 

Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, tenía su capital en Séforis, a un paso de Nazaret, y allí se mantuvo hasta que construyó la ciudad de Tiberías junto al Lago. Jesús, como ciudadano, fue prácticamente durante toda su vida súbdito de Herodes, al que Jesús llamará un día “ese  zorro” y será el que mate a Juan el Bautista. No era cruel como su padre y su hermano Arquelao, sino un vanidoso y un vividor, al que no le interesaba sino el lujo y el placer.

Además, en esa Galilea tanto de Herodes Antipas como de Jesús, las ciudades más importantes estaban muy helenizadas, con todas las

costumbres griegas y latinas vividas por muchos, no sólo extranjeros sino también judíos, pues no todos los helenistas habían muerto con las victorias de los Macabeos.

 

Muchos galileos hablaban el griego a la par que el arameo, y Jesús, tan vecino a Séforis y quizá buen trabajador en él, probablemente hablaba también el griego, pues al final de su vida nos lo presenta Juan 12,20, recibiendo a los griegos que querían verlo y, sobre todo, hablando directamente con Pilato, que por nada hubiera hablado el arameo sino el griego o el latín. Pero la población de Galilea, en general, se conservaba íntegra y apasionadamente judía y fiel a la Ley. Y Jesús era judío cien por cien. Pero como tenía conciencia clara de ser el Cristo prometido, podemos pensar, sin miedo a equivocarnos, que sentía un profundo respeto y amor a esos “goim” extranjeros que un día iban a aceptar su Evangelio y ser incondicionalmente suyos. En lo demás, no sabemos ni una palabra ni un gesto de Jesús en el terreno sociopolítico, aunque debió sufrir por los males que veía en el pueblo y gozar también con los éxitos de sus conciudadanos.

 

La familia de Jesús en Nazaret.- En el Evangelio nos encontramos siempre con la cuestión de los “hermanos” y “hermanas” de Jesús que nos echan en cara los adversarios de María la Virgen. La cuestión es ciertamente difícil. En adelante, nos referiremos a este punto de aquí, en el que nos limitamos a copiar al pie de la letra al competente Ricciotti, que escribe textualmente:

“Jesús tenía parientes. Así como su madre tenía una “hermana” (Jn 19,25), así él, Jesús, tenía “hermanos” y “hermanas” repetidas veces mencionados por los evangelistas y también por Pablo (1Cor 9,5). De cuatro de esos “hermanos” conocemos el nombre: Santiago, José, Simón y Judas (Mt 13,55; Mc 6,3). Sus “hermanas”, no nombradas, debían ser varias, puesto que se dice: “todas sus hermanas” (Mt 13,56). La designación de este amplio círculo parental corresponde bien con las costumbres de Oriente, donde los vínculos de sangre son conocidos incluso en sus más lejanas y tenues ramificaciones, de tal modo que los colaterales más cercanos se designan con el nombre genérico de “hermanos” y “hermanas”, aun tratándose sólo de primos de diverso grado. Ya en la Biblia hebrea los nombres ‘ah (hermano) y ‘ahoth (hermana) designaban a menudo a parientes de grado mucho más lejano que los hermanos y hermanas carnales, con cuanta más razón que en el antiguo hebreo no se encuentra un vocablo concreto para indicar exclusivamente al primo. Primos, pues, eran los “hermanaos” y “hermanas” de Jesús”.

 

Fechas del Evangelio y los años de Jesús.- Cuestión muy debatida y prácticamente insoluble mientras no aparezca algún documento histórico fuera de los Evangelios. A nosotros nos basta alguna que otra idea.

 

La edad de Jesús no la sabemos con exactitud por un error original. El monje Dionisio el Exiguo, en el siglo sexto, fijó la era cristiana poniendo como año primero aquel en que nació Jesús. Pero aquí estuvo el error: lo colocó en el año 754 de Roma y tuvo que ser antes del 750, o sea, unos cuatro años largos antes (Ejemplo: escribo esto en el 2017 y debería ser ya el 2021 ó el 2022. Vamos unos cinco años retrasados). Esto lo sabemos porque Herodes murió en el 750 de Roma, y Jesús había nacido varios meses antes, como nos consta por la matanza de los Inocentes.

Lucas inicia el ministerio de Juan el Bautista en el Jordán el año 15 de Tiberio, el cual empezó su mandato cuando César Augusto, años antes de morir, lo asoció a su gobierno. Por lo mismo, Juan empezó a bautizar a finales del año 26 de nuestra era, y dice de Jesús que fue al Jordán cuando tenía unos treinta años.

Sabemos además que Jesús tuvo que morir en el año 30 ó en el 33 de nuestra era, únicos años en que la Pascua cayó en sábado. Hoy, ningún experto acepta el 33, y se da por cierto el año 30 como el de la muerte de Jesús.

Por  lo  mismo,  Jesús  al morir tenía de 34 años y medio a 35, a lo

sumo 36.  Es imposible querer precisar más.

 

El GOZO de María en Nazaret. Tenemos en la Iglesia una devoción excepcional: el Rosario. Dejémonos del querido “Padre Santo Domingo”, y digamos que esa fórmula genial de oración viene del Espíritu Santo, verdadero guía de la oración de la Iglesia.

A los cinco primeros misterios los llamamos “de Gozo”, y se lo tributamos de modo especial a María. Ahora que conocemos su vida en Nazaret, nos preguntamos: ¿Precisamos bien la palabra? ¿Fueron treinta años de alegrías ininterrumpidas para la Madre de Jesús? ¿Decimos la verdad sobre la Virgen nazarena? Si los misterios del Rosario los hemos de aplicar a nuestra vida, ya que María es la “Imagen de la Iglesia en la peregrinación de la fe”, ¿tenemos clara la idea que debemos tener sobre Nazaret? ¿Fue la Virgen igual que nosotros, para poder nosotros fijarnos en Ella?

Digamos que sí, pero sin olvidar que no fue su vida ajena a las preocupaciones ordinarias de cada familia. Experimentó disgustos psicológicos muy serios como en las dudas de José. Preocupaciones graves con el nacimiento de su Hijo en un establo y la huída a Egipto. Miedos por el porvenir hasta asentarse en Nazaret. Angustias terribles con el hecho de Jesús a los 12 años (¡y el Rosario lo pone como misterio típico de gozo!). El dolor de la muerte de José, que le destrozó el corazón.

Es decir, y a esto vamos: que María experimentó, en Nazaret precisamente, las angustias normales de cualquier persona. Y sus gozos, ¡tantos y tan grandes!, fueron como los gozos nuestros, mezclados con el acíbar de punzantes dolores.

 

Pero ahora nos plantamos ante lo que viene inmediatamente: la despedida de Jesús cuando se va al Jordán y deja para siempre su casa de Nazaret. ¿Podríamos encontrar una mujer más orgullosa que María con su Hijo? No la busquemos, porque no la ha habido. ¡Qué treinta años con ese su Jesús! ¡Qué hijo, y formado por ella! A pesar de algunas punzadas bien agudas, podemos llamar “Misterios de Gozo” a tantos hechos de María con su Jesús en aquel rincón de Galilea.

 

 

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