17 ORD A - UN DESCUBRIMIENTO QUE CAMBIA LA VIDA

17 ORD A - UN DESCUBRIMIENTO QUE CAMBIA LA VIDA

 

 

Domingo 30 de julio de 2017
17º Domingo Ordinario
Mateo 13,44-52: “Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: una red que se ha echado al mar y que recoge peces de todas clases”.

Hermanos y hermanas, el Señor esté siempre en sus hogares alentando la vida y el amor en su diario caminar. Que este domingo la luz de la Palabra brille para ustedes en todo su esplendor.

La liturgia de la Palabra nos presenta en este día las tres últimas narraciones del discurso parabólico de Jesús del Evangelio de San Mateo. Se trata de las parábolas del tesoro escondido en el campo, la perla preciosa, y la red.

Las dos primeras alegorías están vinculadas con el mundo aventurero de las leyendas sobre personas que están en búsqueda de tesoros y riquezas de gran valor. No somos ajenos a esta realidad, pues aún hay buscadores de tesoros perdidos en muchas partes del mundo. En el primer caso, el tesoro es hallado por sorpresa en el campo; la alegría es tal que lleva al hombre a esconderlo y vender todo lo que tiene para luego comprar el terreno. Este gran descubrimiento hace cambiar su vida repentinamente y posibilita una inversión total de valores a favor de lo encontrado. Y es que quien ha experimentado a Dios mediante el mensaje de Jesús, renuncia con alegría a todo lo demás. Ha encontrado el Reino de la verdad y la vida. En el segundo caso, el Reino es representado por una perla preciosa, elemento que suscita no sólo la idea de gran valor, sino también de belleza perfecta. Se habla de un comerciante de joyas que nunca había visto una perla similar… podríamos pensar en aquellos que buscan afanosamente la verdad en sus vidas y de repente tienen un encuentro extraordinario con Dios que les cambia radicalmente su destino.

La última parábola habla del tiempo futuro. Dios, él es el gran pescador, que ha echado la red y nadie se escapa de ella. En sus manos está el juicio final para poner en evidencia quien optó por el bien y la justicia, y quien se dejó llevar su egoísmo y vanagloria. Debemos estar alerta en nuestro camino existencial para acoger hoy aquel amor que Dios nos ha ofrecido en su benevolencia.

Pensemos ahora en nosotros: ¿Qué tesoros afanan hoy a nuestras familias? ¿A qué damos prioridad en nuestras relaciones y qué dejamos de lado? ¿Es Dios la razón fundamental de nuestra alegría? ¿Qué mentalidad ponemos en juego a la hora de tomar decisiones o hacer opciones que afectan al matrimonio o a los hijos? ¿Compartimos con otras familias la alegría inigualable de haber encontrado el gran tesoro del Reino?

Te invito a retomar el texto evangélico y en un clima de oración recitar estas hermosas palabras de San Agustín en las cuales él resume su experiencia de encuentro con Dios:

 

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
Y he aquí que tú estabas dentro
de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba;
y deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo.
Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti;
gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz.

Confesiones de San Agustín, capítulo XXVII, 38.

 

Este es el tiempo oportuno.

Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.

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