Hemos visto cómo un San Antonio Abad abandonaba decidido su soledad para presentarse en Alejandría en defensa de la fe católica. Con el Arrianismo comenzaban las grandes herejías de estos primeros siglos de la Iglesia. ¡Había que luchar contra ellas! En esta lección damos una síntesis de las principales.
En la lección 13 insinuamos nada más las herejías nacidas y desarrolladas durante las Persecuciones Romanas. Ahora nos metemos en las más graves que turbarán seriamente a la Iglesia de los siglos IV al VI y darán ocasión a los grandes Concilios de la antigüedad.
Y hay que empezar obligatoriamente por el ARRIANISMO, nombre que viene de su iniciador, Arrio, presbítero de Alejandría. ¿Qué se le ocurrió enseñar a Arrio, allá por el año 318, aunque el error venía de antes? Brevemente, para entenderlo con una sola palabra:
– Jesucristo no era Dios. Y, desde luego, tampoco el Espíritu Santo.
¿Por qué? Veamos el proceso del discurrir de Arrio y de lo que él enseñaba.
- Dios no hay más que un Dios, UNO solo. Esto es cierto, y nadie lo discutía. Pero, ahora seguía el error.
- Todo lo que existe fuera de Dios, que es UNICO, son criaturas de Dios, pero ninguna puede ser Dios. También esto es cierto.
- Lo malo era que esto lo aplicaba a Jesucristo. El Verbo, la Palabra, el Hijo de Dios, era inferior al Padre, aunque parecido al Padre, y subordinado a Él. Por lo mismo, el Hijo no tenía la divinidad del Padre. No era Dios.
- Entonces Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, era la criatura más excelsa, de la cual se sirvió Dios para la salvación del mundo. Elevado de tal manera, era una criatura que estaba sobre todas las demás criaturas, y hasta se le podía llamar Dios por su grandeza y su misión. Pero era una simple criatura y un Hijo de Dios que no era Dios.
¿Cuál era la consecuencia más grave de todo esto?
- Caía por tierra el misterio de la Santísima Trinidad. Era un Dios único, que ni era Padre, porque no engendraba; ni era Hijo verdadero, porque no era engendrado, sino creado; ni tampoco había un Espíritu Santo que procediera de los dos. Las tres Personas no existían.
- Y lo peor de todo, si Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, no era verdadero Dios, la redención fue un imposible. Simple criatura Jesucristo, no pudo pagar el rescate que Dios exigía por el pecado del mundo. La salvación no existió.
Esto hemos de decir sobre la herejía arriana. Lo malo es que se extendió por todo el Imperio como el fuego en un cañaveral. Se celebraron sínodos, y el de Alejandría en el 321 excomulgó a Arrio al permanecer terco en sus ideas. Hasta que el emperador Constantino, a propuesta del obispo Osio, patrocinaba el primer Concilio ecuménico de Nicea, el año 325, que salvó la verdad católica, aunque las luchas siguieron cada vez más fuertes. El emperador no se metía en la doctrina, sino en la paz de la Iglesia dentro del Imperio, por más que para lograr esa paz se inclinara a veces hacia los arrianos. En una próxima lección veremos todo lo que fue e hizo el Concilio de Nicea.
A partir del Concilio, se impuso la verdad católica en la Iglesia. Pero la lucha entre católicos y herejes, si no fuera tan rigurosamente histórica, tendría los visos de una novela o de una leyenda. Por una parte, Arrio, cada vez más obstinado, murió impenitente y trágicamente en el año 335. Por otra, San Atanasio, elegido obispo de Alejandría, se yergue en la Iglesia como uno de los mayores héroes de la Historia. Acusaciones inconcebibles, cinco veces desterrado, perseguido de mil maneras…
Muerto Constantino en el 337, de sus tres hijos que se dividieron el Imperio, Constancio fue fatal. Defendió el arrianismo, sostuvo a todos los obispos rebeldes, desterraba a los obispos fieles, e hizo que la herejía dominase una gran parte de la Iglesia. Es incalificable lo que bajo su autoridad hicieron los arrianos con el Papa Liberio y con el casi centenario Osio, obispo de Córdoba y campeón de los católicos. Hasta el año 379, con Teodosio como emperador, no cesará oficialmente la herejía arriana, por más que el arrianismo ─aunque no el radical, sino el semiarrianismo─, se prolongará muchos años más entre los pueblos bárbaros que pronto iban a invadir el Imperio
El DONATISMO fue algo anterior, aunque llenó también todo el siglo IV y siguió durando bastante después. Malo de verdad. Pues, llevado de un rigor exagerado e inaceptable, no readmitían en la Iglesia a los que habían pecado grandemente, como los apóstatas en las persecuciones, los adúlteros, los homicidas. ¿Por qué? Porque la Iglesia debía conservarse absolutamente pura. Pedían un imposible, pues el pecado, por la debilidad humana, existirá siempre, y Jesucristo dejó a su Iglesia el poder de perdonar todo pecado. El Concilio de Trento dirá, doce siglos más tarde, que Dios, aplacado por el sacrificio de Cristo en el Calvario, hecho ahora presente en el altar, perdona todos los pecados, hasta los más enormes.
Pues bien, ya a principios del siglo que historiamos, decían los donatistas: la eficacia de los Sacramentos ─en este caso particular el de la Penitencia─, dependía no precisamente de Cristo, sino de la santidad del ministro, por lo cual ni perdona ni consagra un sacerdote pecador. Además, enseñaban que la Iglesia no puede tener pecadores en su seno.
El emperador Constantino, sin meterse tampoco en doctrina sino procurando la paz en la Iglesia, actuó con mano fuerte contra los donatistas; Juliano el Apóstata, readmitió y favoreció a los obispos rebeldes para meter más división en la Iglesia. Hasta el año 411 en un sínodo de Cartago no se acabó con los donatistas, que, desde su iniciador Donato, metió una verdadera revolución en toda la Iglesia, sobre todo de África.
Otra herejía que interesa mucho conocer es el NESTORIANISMO, por el nombre de Nestorio, obispo de Constantinopla desde el 428, a quien se le ocurrió negar a María el título de “Madre de Dios”. El pueblo se escandalizó como es de suponer.
¿En qué basaba su doctrina? Aseguraba Nestorio que Jesucristo tiene dos naturalezas distintas: es Dios y es hombre. En esto decía la verdad. Pero ponía también dos personas distintas: el Hijo de Dios es una Persona, y Jesús es otra persona, que están unidas sólo moralmente. La Persona del Hijo de Dios utilizó a Jesús sólo como un instrumento. Tal como hablamos hoy, para Nestorio había en Jesús dos YO: el “YO” Dios, y el “YO” hombre. No una sola Persona, un solo YO. Entonces, como María no engendró a la Divinidad eterna, sino sólo al hombre Jesús, María era la madre de Jesús, pero no la Madre de Dios. El error era fatal. Pero ya veremos cómo triunfó la verdad en el Concilio de Éfeso.
El MONOFISITISMO fue otra herejía importante, creada por Eutiques, monje de Constantinopla. ¿Qué enseñaba? Esto: en Jesús había una naturaleza divina: era Dios. Pero, al tomar la naturaleza de hombre en el seno de María, la tomó de tal manera que la naturaleza divina absorbió completamente a la humana, de modo que Jesús dejó de ser hombre verdadero. Era un puro fantasma. Tenía un cuerpo y alma sólo aparentes, pues Dios lo hacía desaparecer del todo. Venía a caer, sin quererlo, en la otra herejía llamada docetismo: Jesús no tenía cuerpo verdadero, ni tampoco alma humana, sino que era sólo una apariencia de hombre. El gran Concilio de Calcedonia, que pronto veremos, dejó clarísima y definitiva la doctrina sobre Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, las dos cosas a la vez.
Hasta el siglo sexto hubo otras y otras herejías, pero nos basta conocer estas principales para saber lo que fue la Iglesia antigua respecto de la Verdad revelada por Dios.
Y viene una observación muy importante. ¿Eran malos de veras los inventores de las herejías? Algunos, sí, orgullosos desde un principio; otros, no, y pudieron comenzar con buena fe sus explicaciones erróneas. Con la mejor voluntad, querían algunos explicar la revelación de Dios, y caían en muchas imprecisiones y hasta errores manifiestos.
¿Dónde estaba entonces el mal de los herejes? Muchos obispos ─el Magisterio de la Iglesia, el Papa en persona, a veces hasta un Concilio─, salían al paso de esos errores o desviaciones. Si el que había iniciado el error y sus seguidores aceptaban su equivocación y se retractaban, no había pasado nada, y seguían siendo cristianos católicos fieles.
Lo malo era, ¡y esto sucedió casi siempre!, que el orgullo y la desobediencia se apoderaban de quienes habían enseñado el error; se mantenían en él contra la enseñanza de la Iglesia; se les excomulgaba incluso, se convertían en herejes verdaderos por su obstinación, y morían fuera de la Iglesia. Este fue y será el paradero de tantos a lo largo de la Historia.
El Papa Pablo VI explicó muy bien el desarrollo de la verdad revelada por Jesucristo, el cual prometió la asistencia del Espíritu para que nos la enseñara toda entera. Ante tantos misterios sobre la Persona de Jesús, y a pesar de tantos errores, la Iglesia “reflexionó, estudió, discutió, recibió para sí la luz del Espíritu Santo, y consiguió formular la doctrina exacta, pero siempre ilimitada y abierta, sobre el misterio de nuestro Señor Jesucristo”.
Nosotros disfrutamos hoy dentro de la Iglesia Católica esta verdad en todo su esplendor. La Persona de Jesucristo mantiene y mantendrá hasta el fin del mundo muchos misterios, que se nos revelarán plenamente en la visión de la gloria. Pero, ¿sostener hoy en la Iglesia un error sobre Jesucristo? ¡Ni por casualidad! Guiados por el Magisterio, el conocimiento de Jesús lo poseemos con toda precisión. En una dicha única.