MEDITACIÓN DEL DÍA:
“Me entrego del todo…”. Entregarse es mucho más que entregar. Entregar es dar algo, alguna cosa; y está muy bien; pero eso es poco. Más bonito es donarse uno mismo, todo entero, desde la identidad más profunda. Desde la sede de los afectos, deseos, emociones, ideas, recuerdos y decisiones: cuerpo, alma y espíritu, diría Pablo (1Tes 5,23). La totalidad de la persona entra en juego y ya no se pertenece uno a sí mismo.
Toda la historia del mundo y del hombre es la historia del amor gratuito de un Dios entregado a la humanidad. Pablo lo dice de una manera gráfica: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). La entrega de Jesús en el momento supremo de la cruz tiene toda la densidad de una ofrenda amorosa; en ella se realiza de forma suprema la entrega del Hijo al Padre por nuestro amor. A través de esta entrega, Jesús toma sobre sí todo el dolor y el pecado pasado, presente y futuro del mundo, entra hasta el fondo en el mundo alejado de Dios, asumiendo el destierro de los pecadores en la ofrenda y reconciliación de la Pascua. El grito desde la Cruz, “Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15,34) es el signo del abismo de dolor y soledad que el Hijo quiso asumir para entrar en lo más profundo del sufrimiento del mundo y llevarlo a reconciliación.
Descubriendo vitalmente lo que Él ha hecho por nosotros, no podemos menos de entregarnos a Él. Oramos –o cantamos- con las palabras de Charles de Foucauld:
“Padre, me pongo en tus manos/, haz de mí lo que quieras/, sea lo que sea, te doy las gracias/. Estoy dispuesto a todo/, lo acepto todo/, con tal que tu voluntad se cumpla en mí/, y en todas tus criaturas/. No deseo nada más, Padre/. Te confío mi alma/, y te la doy con todo el amor de que soy capaz/; porque te amo/, y necesito darme/, ponerme en tus manos sin medida/, con una infinita confianza/, porque Tú eres mi Padre”.