Es otro hecho de grandes consecuencias. Camina Jesús por la ciudad, se detiene ante la mesa de un publicano, un cobrador de impuestos, un pecador público según la gente, y le ordena:
-Leví, Mateo, sígueme.
Ni una palabra más de Jesús, y ni una tampoco de Mateo, que deja todo a la primera y sigue a Jesús de manera incondicional. Es rico y quiere despedirse de los suyos a lo grande.
Manda preparar un suculento banquete, invita a todos sus colegas de Cafarnaún con los discípulos de Jesús, y a comer y beber todos tan felices. Fariseos y escribas no aguantan semejante escándalo, pero no se dirigen directamente a Jesús, que está gozando más que nadie, sino a sus discípulos:
-¿Cómo es que su Maestro come y bebe con los pecadores?
Jesús llega a oírlo, y lanza unas palabras que las oímos, las pensamos y las repetimos continuamente, porque son de lo más rico de su evangelio:
-Yo quiero misericordia y no esos sacrificios de ustedes, tan vacíos de sentido. Saben ustedes muy bien que no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos. Y sepan que yo no he venido a buscar a los justos, sino a los pecadores.
¡Qué apóstol se ganó y nos ganó aquel día Jesús! ¡Hay que ver lo que Mateo ha significado en la Iglesia como evangelista! Ese su Evangelio, en sus raíces, es ciertamente de Mateo, y dicen de él que es el libro mejor sistematizado de la Biblia.