01. El sueño divino de Dios

01. El sueño divino de Dios

Desde toda la eternidad, antes de que existiera algo, las Tres Personas tuvieron un sueño divino. Siempre a la vez las Tres, porque son un solo Dios, pero la iniciativa salió del Padre:

-¿Y por qué no tenemos un adorador perfecto? ¿Y por qué este nuestro amor no se desborda en innumerables criaturas que tengan la misma felicidad nuestra? ¿Por qué en mi Hijo no tengo más hijos, una familia inmensa? ¿Por qué mi Hijo no tiene hermanos incontables? ¿Por qué nuestro Amor sustancial, el Espíritu Santo, está encerrado en nuestra intimidad trinitaria, si puede comunicarse fuera indefinidamente?

Acordes las Tres Personas. Y sigue el Padre:

-A ti te toca, Hijo mío, realizar todo esto. Tú, que eres mi Palabra, mi imagen, el esplendor de mi gloria, unidos los tres por el Amor de nuestro único Espíritu, te haces criatura y en ti, por ti y para ti, que serás cabeza, principio y fin de todo, creamos un Universo digno de ti y de la familia inmensa que vamos a tener.

Como no había diversidad de opiniones en el Dios Trinidad, vino el “¡Hágase!”, y en un instante aparecieron todas las cosas, “visibles e invisibles”, como confesamos en el Credo.

 

Las visibles eran esos millones y millones de galaxias, con un número de estrellas que nos enloquece, y todas las criaturas que, bajo la providencia de Dios, se desarrollarían hasta llegar al Hijo de Dios hecho Hombre.

 

Y las invisibles eran un número exorbitante de Espíritus, miles y miles de millones, llamados Ángeles, a los cuales hizo ver Dios en lontananza a ese su Hijo encarnado, como centro y fin de todo lo creado, y por eso les mandaba apenas se lo mostró: “¡Adórenlo ya desde ahora!”.

Pero, aquí vino la primera hecatombe de la creación. Al verse los ángeles con una belleza tan deslumbrante, muy superior a la de los hombres que se veían en la lejanía, el ángel quizá más bello y grande de todos, lleno de envidia y con soberbia incalificable, se le enfrenta al Dios Creador:

-¡Yo no lo adoro! Esa gloria me toca antes a mí. Hazlo conmigo, y seré como Dios.

 

Su pensamiento corre como un rayo por todo el cielo, se adhieren a su rebeldía ángeles incontables, y, al chocar con la santidad divina, se encienden las hogueras infernales y quedan convertidos en demonios, destinados a una condenación eterna, capitaneados por su jefe, Satanás, como lo hemos llamado siempre.

 

El plan de Dios sigue adelante, pues el Dios eterno tiene muy pocas prisas. Los astrónomos nos dicen hoy que han pasado unos quince mil millones de años, ¡nada más!, desde cuando Dios hizo salir de su mano creadora aquel “punto de densidad infinita” que encerraba todo el Universo. Y allí estaba, como centro de todo, la Humanidad del Hijo de Dios Encarnado. Con el lenguaje de su tiempo, en los principios de la Iglesia, el gran Tertuliano comentaba la creación del primer hombre según la Biblia: “Mientras modelaba el barro de Adán, Dios estaba pensando en el Cristo futuro”.

 

Porque, madura ya la creación, llegó el día de Adán, colocado por Dios en un paraíso, en un jardín de delicias. Aunque sabemos la historia dolorosa. Satanás, “la serpiente antigua”, y que “peca desde el principio”, se sirve de Eva, que seduce a su marido, y viene la catástrofe. ¡Estropeado todo el plan de Dios sobre su Hijo Encarnado!

 

Pero Dios no se deja vencer por Satanás. Como sabio arquitecto, fracasado en el primero, traza un segundo plano, y se dice:

-¿Me han estropeado el plano primero, un Hijo mío glorioso desde el principio? Pues, hagamos otro plano: Será glorioso, y más, cuando por la Cruz deshaga mi Hijo la obra de Satanás, el pecado y la muerte. Donde habrá abundado el delito, sobreabundará la gracia, y habrá mucha más gloria para mí, más admiración en los ángeles, y más amor en los hombres al ver el amor infinito y misericordioso que les he tenido.

 

Y propone de nuevo en el seno de la Trinidad:

-Hijo mío, tira adelante. Arregla lo desarreglado. Repara la enorme injuria que se nos ha hecho, aunque te va a costar mucho sacrificio. El amor de nuestro Espíritu estará contigo.

-Sí, Padre, entiendo. Y que lo entienda también Satanás.

 

Dios entonces habla en el paraíso a la serpiente:

-¿Recuerdas a aquel Hombre al que no quisiste adorar cuando te lo mostré al principio? Pues, mira, ese mismo Hombre te machacará un día la cabeza. Tenlo presente.

 

¿Por qué pensamos así sobre el primer pecado, tanto de los ángeles como de los hombres? Es manera nuestra de expresar lo que de hecho ocurrió en el cielo y en el paraíso. Hay que tener muy presente que Cristo es anterior a todo, y que fue la primera idea de Dios en la creación: el Hijo se hubiera encarnado tanto sin el pecado como lo hizo con el pecado de Adán. Dios no se iba a tirar para atrás por culpa de la criatura. Es lo que nos dice San Pablo magistralmente nada más empezar su Carta a los Colosenses:

Cristo “es primogénito de toda criatura, porque en él fueron creadas todas las cosas, celestes y terrestres, visibles e invisibles. Todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él”.

 

Este es el Jesucristo que a nosotros nos enamora. El Padre nos vio, nos eligió, nos predestinó a ser hijos en el Hijo, y nos glorificará al fin con su Hijo, el Primogénito de la familia, como nos dice el Concilio, “congregados en una Iglesia universal en la casa del Padre”.

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