Acabamos de leer dos milagros de Jesús y esto nos obliga a hacer un alto en nuestra narración, ya que vamos a ver muchos más, llamados por Juan “signos”, o sea, hechos que indicaban otra cosa.
La pregunta es obligada: ¿Por qué Jesús hizo tanto milagro? Es una importante lección en la Cristología, pero aquí nos vamos a contentar con alguna idea nada más.
Los milagros son en los Evangelios un complemento necesario de la predicación de Jesús, de su palabra, de su aserción más grande: ha llegado el Reino de Dios.
Con la palabra, propuesta “con autoridad”, Jesús enseña, convence, ilumina, se convierte en la Luz del mundo y atrae hacia el Evangelio a los bien dispuestos.
Y con el milagro, para el cual exige siempre “fe”, convierte también a la gente a Dios, pero sobre todo prueba que el Reino está ya presente. El milagro lo puede hacer solo Dios, y Jesús se atreve a decir a sus enemigos que le rechazan: “Si no me creen a mí, crean a las obras de mi Padre”.
Por otra parte, Jesús obra milagros de muchas especies. Sobre la naturaleza, por ejemplo, cuando calma las olas del mar con un simple “¡Cállate!” al irse la barca a pique… O como con cinco panecillos y dos pescados en sus manos sacia el hambre de miles de personas.
La curación de los enfermos tenía carácter muy especial. Para el judío de entonces, la enfermedad era signo de pecado, pues se decía la gente: ¿Qué pecado habrá cometido este leproso, este paralítico, este ciego?… Si Jesús curaba, perdonando a la vez la culpa, era signo de que Él había venido de Dios y que era Dios, el único que puede perdonar.
Si resucitaba muertos como Lázaro, ¡vaya poder! La muerte estaba vencida.
Y los más grandes: si se enfrentaba al demonio con un imperativo “¡Sal fuera!”, y el demonio había de dejar a su presa entre alaridos que ponían horror al auditorio, era signo irrecusable de que había venido uno más fuerte que Satanás, y convence a todos de que el “Príncipe de este mundo ha sido echado fuera”, porque ha venido un luchador más potente que él y le ha derrotado. Entre Jesús y Satanás se establece un encuentro personal por causa del Reino, y si el que vence es Jesús, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado con él, y, por lo mismo, que Jesús debe ser aceptado en su Persona, en su enseñanza, en sus mandatos, en su obra entera.
Si hubo muchos milagros en los cuales Jesús exigía silencio, era porque el pueblo lo tomaba como el Mesías político que había de dar la libertad en este mundo a su pueblo de Israel. Y no era así, sino porque había traído el Reino de Dios a la tierra en orden al otro mundo, como dirá a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”.